Heródoto

“No estoy de acuerdo con sus ideas, pero defendería con mi vida su derecho a expresarlas”. Desde aquella lejana vez en que la escuché por primera vez, la frase viaja conmigo y resuena con fuerza cada cierto tiempo en mi mente. La pronunciara o no de esa forma el insigne ilustrado francés al que conocemos como Voltaire, fue como un aldabonazo sobre mi conciencia.
Me parecía entonces excesiva, demasiado grandilocuente. Eran otros tiempos. Eran años de ilusión, de alegría por la recuperación de las libertades, de ánimo de concordia y perdón, de superar las divisiones cainitas que nos habían llevado a uno de los periodos más negros de nuestra historia. Sin embargo, estas últimas semanas, la frase ha vuelto a instalarse en mi mente.
A lo largo de este año, España se ha colocado a la cabeza europea en las cifras de vacunación contra la Covid 19. Por una vez, hemos sido un ejemplo para el mundo. El discurso de la responsabilidad y la solidaridad ha calado hondo entre los españoles, y particularmente entre los andaluces, que siempre hemos estado a la vanguardia en lo referente a generosidad colectiva. Las informaciones oficiales parecen confirmar lo acertado de una decisión por la que han optado cerca del 90% de los españoles mayores de 12 años.
Sin embargo, las promesas optimistas con las que nos vendieron la mayor campaña de vacunación de la historia mundial se han desvanecido como un azucarillo. No hemos recuperado nuestra vida de antes, seguimos llevando las incómodas mascarillas, usando gel hidroalcohólico y guardando, siempre que podemos, la llamada distancia social. Muchas personas, vacunadas o no, siguen evitando cualquier contacto social por miedo al contagio.
Nos dijeron que la inmunidad “de rebaño” se alcanzaría con un 70% de personas inyectadas o que hubieran pasado la enfermedad y esto no ha sido así, pese a que hace tiempo que superamos ampliamente ese antaño idílico escenario. Cada poco tiempo nos sentimos amenazados por una nueva variante del virus y la sombra de una nueva oleada de restricciones de nuestros derechos fundamentales se extiende sobre nosotros como una siniestra sombra.
¿Qué ha fallado? ¿De quién es la culpa? Para nuestras autoridades está claro: los disidentes, los críticos, los no vacunados. Como en tantos periodos de la Historia, ante una pregunta difícil y compleja, el pueblo recibe un mensaje claro, simple y reduccionista. Hace tiempo que los grandes grupos de comunicación venían preparando el terreno con encuestas sobre si estaría usted de acuerdo con privar de algunos derechos constitucionales a los no vacunados o encerrarlos directamente en sus casas para que no pongan en riesgo nuestra salud. Incluso, algún publicista metido a presentador ha llegado a abogar, directamente, por que los médicos y la población no pinchada lleven un distintivo externo en su ropa. Se ve que, en situaciones de crisis, el Hombre sigue necesitando chivos expiatorios con los que conjurar su miedo, al estilo de aquellos lejanos tiempos de la Gran Peste Negra de 1348 o de la más cercana década de 1930. Lo de menos es que la Ciencia haya demostrado que estas vacunas no inmunizan y que tanto unos como otros podemos contagiarnos y contagiar la enfermedad.
¿Qué hacer entonces? Obligarnos a todos a llevar un QR en nuestro smarphone que determine si podemos visitar a nuestros familiares en residencias y hospitales, si podemos entrar a un bar o a un restaurante, tomar una copa en un pub o discoteca, alojarnos en un hotel, viajar en transporte público… Quizá lo llaman pasaporte covid porque te hace sentir extranjero en tu propia país.
El cambio es fundamental. Nuestros derechos y libertades democráticas, que hasta hoy sólo podían ser suspendidos en caso de ser acusados de haber cometido un delito grave, dependerán desde ahora de que hayamos sido buenos ciudadanos y nos hayamos puesto las dos dosis, después la tercera y, más tarde, ¡Dios sabe qué! Los que aplauden alegremente la supresión de libertades para una parte minoritaria de la sociedad no se dan cuenta que el precedente es tan grave que, a partir de ahora, todos, vacunados y no vacunados, estaremos amenazados cuando no sigamos alguna de las recomendaciones de nuestras autoridades, aunque se trate de un derecho legal y legítimamente reconocido por la legislación nacional y los convenios internacionales.
Martin Niemöller, teólogo y poeta alemán del pasado siglo, ha pasado a la Historia como el autor de una reflexión que traspasa las fronteras espacio-temporales del momento en el que fue escrito: “Vinieron a llevarse a los socialistas y yo guardé silencio porque no era socialista. Vinieron a encarcelar a los sindicalistas y no protesté porque yo no era sindicalista. Vinieron a llevarse a los judíos y yo no protesté porque no era judío. Cuando vinieron a buscarme, ya no quedaba nadie para hablar por mí”.