Luis Miguel Rodríguez Garzón
Cuando alguien accionó por primera vez la palanca para la puesta en marcha de un columpio inventado por el ingeniero George Washington G. Ferris, en la Exposición Universal de Columbia, Chicago en 1893 y aquella gran rueda vertical se puso en movimiento dando vueltas sobre su eje, tal vez no tuviera conciencia de que aquel novedoso artefacto se acabaría pareciendo a los avatares de la vida. A las alegrías de los éxitos ganados a pulso o por pura suerte y también a los fracasos por fallos propios o provocados por zancadillas premeditadas.
En las cabinas de distintos tamaños a las que las gentes nos subimos para experimentar, claramente, la doble sensación de ascender hasta casi tocar el cielo con la mano, y descender hasta casi arrastrarnos por la dura tierra, cabe todo nuestro mundo.
Me ha parecido que una noria, sea de feria para poder balancearse en una de sus pequeñas barquitas o tan grande, seria, multitudinaria y espectacular como la del Prater de Viena, con sus sesenta metros de altura y sus grandes cabinas, es la circunferencia apropiada que viene a reflejar, con bastante exactitud, algunas de las distintas etapas de nuestra vida.
De esas sensaciones, de las consecuencias y las reacciones de quienes las han -las hemos- experimentado por motivos distintos, iré exponiendo mi parecer en estos textos. De ahí el título genérico de esta colaboración que irá apareciendo sin periodicidad concreta, en este nuevo medio de comunicación de Granada.
Empiezo a escribir desde uno de los laterales de esta noria imaginaria. Estoy solo -tres asientos están vacíos- a media altura. Pero todavía no tengo claro si estoy del lado que sube o del que baja. Está parada y no hay a quien preguntar.
Y es que he dado ya tantas vueltas…
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