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Granada se rinde ante Serrat en su despedida de los escenarios con un concierto emotivo y sin solemnidades

Tiempo de lectura: 3 minutos

El cantautor se despide de los escenarios de la capital con un mágico concierto en la Plaza de Toros

Granada se rinde ante Serrat. Y viceversa.

Ana Henares | Granada / 23 de septiembre de 2022

El vicio de cantar que confiesa Serrat en esta gira está íntimamente relacionado con el vicio de sus seguidores por disfrutar de sus conciertos. Con el corazón encogido sabiendo que es la última vez que el maestro se sube a los escenarios los granadinos le han rendido el merecido homenaje de llenar la plaza de toros los dos días, de hecho se agotaron las entradas para la primera fecha nada más ponerlas a la venta en diciembre del pasado año y hubo que ampliar.

Dos horas y cuarto de regalos en forma de canciones envueltas cuidadosamente y con mimo por un hombre que le ha entregado más de medio siglo de memoria musical a una generación tras otra de hispanohablantes.

Setenta y ocho años de dignidad sobre las tablas, sin quebrársele la voz más que de emoción al recordar por ejemplo a su maestra Conchita que había muerto esa misma mañana y a quién le dedicó el concierto a la par que recordaba cómo lo había enseñado a leer en los carteles camino al colegio porque eran vecinos.

Nos habló de sus personajes, del Lacio y Merceditas, de la magia de esas letras que les dan vida; nos advirtió que los recuerdos son traicioneros y nos cuentan mentiras pero sin embargo permiten que pase por el corazón de nuevo lo vivido o lo que creemos que hemos vivido.

Nos llevó de la mano al pasado, a un tiempo casi olvidado, más amable, donde las esperanzas estaban intactas, y así cada espectador cerraba los ojos para dejarse arrastrar, memoria abajo, con la banda sonora de tesoros como Todo pasa y todo queda, Sinceramente tuyo o las Nanas de la cebolla.

Y cuando más refugiados estábamos en el siglo anterior, como él mismo reconocía, nos traía hasta el presente más virtual arrancándonos una carcajada al preguntar de pronto a Alexa qué era una canción y desgranando sin atisbo de desmemoria alguno las dos definiciones de la RAE.

Y llegó Mediterráneo, para levantar por primera vez al público de sus asientos y corresponder con un larguísimo aplauso. O Aquellas pequeñas cosas que cantó con cada uno de nosotros mientras teníamos la sensación de que la estaba construyendo en ese mismo instante.

Entregados, agradecidos, respetuosos y nostálgicos, así transcurrieron las dos primeras horas para los 6.500 espectadores del jueves. Y llegaron las 00.00, cual Cenicienta a quien se le acaba el tiempo Joan Manuel esbozaba la primera despedida con el coso levantado al son de Fiesta. Luego vinieron los bises y cuando parecía que había llegado la hora del adiós definitivo, un consenso reivindicativo entre el público le hizo darse la vuelta. No se oía otra cosa, “…pero, ¿y Penélope?…”, decían unos y otros con el asombro de pensar que dejaba en el camino a una de las dos señoras más conocidas de su repertorio. Y entonces los primeros compases nos trasladaron a baja velocidad hacia aquel anden en el que ella sigue esperándolo.

Y así nos dejó, del todo satisfechos, del todo tristes, del todo felices, del todo agradecidos.

El niño del Poble Sec nos ha honrado con lo mejor que puede dar uno de si mismo, nos ha enseñado a sentir, a reconocernos en sus letras, a mecernos con su voz, que no ha perdido ni un gramo de la suavidad con la que ha curado tantas heridas.

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