José Antonio Funes

Podría parecer que Javier Imbroda era una estrella más con interés en acercarse al foro público. No sería el primero… Albert Rivera, al que debemos esta apuesta, se mostraba muy partidario de incluir a personalidades conocidas en ámbitos culturales, políticos, económicos, deportivos… como señuelos para seducir al votante. Frecuentemente, hay que admitir, con poco acierto y -además- en no pocas ocasiones molestando a quienes con su dedicación habían alimentado ilusiones por participar en primera línea política y se veían adelantados por perfiles investidos como Generales sin haber hecho la mili.
Quizá Javier pudo despertar inicialmente esas sensaciones. La política como capricho de un entrenador reconocido, que llevó a un equipo colegial a la ACB y pasó, entre otros, por el R. Madrid y la selección española, aquella que venció a EE.UU en su propia casa; una persona que hablaba al Consejo de Dirección de “vestuario” y utilizaba una pizarra como si de un tiempo muerto se tratase.
Aquel hombre de voz envolvente, hondas convicciones y que proponía rotundas exigencias bajo formas delicadas y respetuosas estaba derribando prejuicios. Y los acabó enterrando completamente porque Javier ha sido una rara avis en el panorama político; una maravillosa excepción.
Trasladaba pasión -alejaos de los tristes nos decía- porque Andalucía podía aspirar a liderar ranking de todo tipo, también educativos y deportivos. Y eso se conseguía con el trabajo bien diseñado por un líder, acompañado por un equipo solvente. El, aún sobrellevando la maldita enfermedad que al final nos lo ha arrancado, no escatimaba esfuerzos ni su presencia allá donde se le requería o el consideraba necesario, sin obedecer consejos que le instaban a la moderación. –No le voy a conceder ninguna ventaja a la enfermedad, se defendía. Y estando en su situación, en lugar de quejarse y poner malas caras o gestos de incomodidad, ofrecía siempre una sonrisa y se interesaba sinceramente por todos, preguntando individualmente cómo nos encontrábamos y escuchando no como el que oye llover, sino con vivo interés.
Y quería soluciones. Preparaba las jugadas y deseaba ver los resultados pronto. Creo que no llegó nunca a aceptar de buen grado cómo la Administración, con su garantista burocracia, tardaba más de lo esperado en dar respuestas que consideraba obvias. – Consejero, le advertíamos a veces, lo que Usted propone es complejo por tal o cual directiva. -Consejero, Hacienda tiene que informar favorablemente y eso supone un proceso que escapa a los plazos que nos marca. – Consejero, es que función pública… -Consejero… Y él concluía… -Por favor, no me digáis las dificultades que
hay; os pido las soluciones para dar la respuesta que corresponde. Luchaba por lo que creía justo con decisión. Comprendía los errores, pero no aceptaba lamerse las heridas más allá del día de la derrota. Había que salir a competir mañana con la misma fuerza.
Se echó a la espalda los problemas y compartía los éxitos. – Vosotros decid que esto es iniciativa del Consejero, advertía a sus delegados territoriales para quitarles presión ante decisiones difíciles que podrían despertar incómodas quejas. En su horizonte siempre aparecían los niños y niñas que acuden a nuestros centros. – Cuando debáis tomar alguna medida, repetía con mucha frecuencia, preguntaos si beneficia a nuestros niños. – Si es así vamos por ello de lleno, afirmaba acompañando sus palabras con la mano abierta simulando un golpe de hacha.
Aquí sólo muestro algunas pinceladas que dibujan una personalidad arrebatadora, que enseña con el ejemplo. Por eso, un fresco domingo del mes de abril, en su Málaga querida, nos reunimos para despedirlo tantos gritos ahogados y ojos vidriosos.
Javier, nos dejas huérfanos de tu franca sonrisa, tu idealismo posible y tu integridad. Pero si somos capaces de continuar trabajando con la energía que nos inyectabas, tu pizarra será siempre nuestra brújula.
¡Hasta siempre Consejero!.